El Huracán Lamborghini pasó por Codegua

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Lo manejamos en el autódromo de la VI Región.

Su motor de 10 cilindros en «V» eroga 610 caballos de potencia.

 

 

Escribe: René Durney C.  / Fotos RDC y Lamborghini

Fue en el autódromo de Codegua, con motivo del Porsche Chile Driving Experience, organizado por la empresa germana que representa en nuestro país al Grupo Volkswagen.

En el “menú” de la prueba estaban varios modelos de Audi, Bentley, Skoda, Volkswagen y Lamborghini.

Nos tocó el Lambo “Huracán”, que como todos los que integran la saga se llama así en recuerdo de un toro español que participó en una corrida en Alicante, en 1879. Huracán es el modelo que reemplazó al Gallardo, otro toro de lidia.

Nuestro Huracán está en los pits, esperando el momento de ponerse a bramar y salir a devorar kilómetros en el menor tiempo posible.

Los bramidos saldrán de su motor de 10 cilindros en “V” contenidos en un bloque de 5.2 litros aspirado, capaz de erogar 610 caballos de potencia y 560 Nm de par torsional. El que se siente al volante y quiera sacar sus máximas potencialidades, deberá ser capaz de soportar una fuerza de aceleración de 0 a 100 km/hora en apenas 3,2 segundos.


Y si el instructor asignado le permite sobrepasar las velocidades máximas que pueden permitirse, por seguridad, a pilotos no profesionales y en un circuito cuya recta principal no alcanza a conjugar la velocidad potencial del auto con la “expertise” del improvisado piloto. Aunque tengas más de cincuenta años tras un volante, eso no te hace experto a la hora de subirte a un auto de estas características, aunque algo ayuda. Y mucho.

Las líneas fluidas de la carrocería del Laborghini Huracán tienen un denominador común: aerodinámica pura. Si lo miras al trasluz, la silueta es la de una perfecta cuña, con el morro como la parte más baja y cercana al suelo, y la cola con el pasa rueda trasero como la parte más alta y el lugar en donde termina el auto.

Por ello, subirse a una “cuña” no es nada fácil. Es como si el auto te dijera “no te subas si me tienes miedo”. Hay que hacer una contorsión para acceder al cockpit, que bien parece la cabina de un avión de combate. De hecho, muchas de las clavijas que acceden a varios mandos en el tablero son iguales a las de una aeronave. Y la del motor de partida, al centro y en la base de la consola, tiene un seguro pintado en rojo que se debe levantar para acceder al botón de partida.

Es el punto en donde se activa el Huracán de gases que comenzarán a salir desde los escapes traseros. Y el ruido que harán dependerá del modo de conducción que hayamos elegido entre los tres disponibles (Strada, Sport y Corsa). En cada uno de ellos cambian algunos parámetros, tales como la rigidez de la suspensión, del volante, el acelerador y la duración de cada marcha de la transmisión de doble embrague de 7 velocidades llamada Lamborghini Doppia Frizione.

Una vuelta de prueba al circuito para acomodar la mejor posición y conocer la “recta de las curvas”, los pianitos, las zonas de frenado intenso y las salidas a fondo. Lo manejaremos en el modo “Sport”. El instructor me pide que, dado que él será el pasajero y yo no soy profesional, prefiere que el modo “Corsa” lo dejemos para él. Suena humillante, pero acepto con humildad. Es probable que mi edad lo haga dudar. Yo haría lo mismo.

Pero después de la primera vuelta de reconocimiento viene la verdad. El auto parece que fuera mío, aunque necesitaría trabajar unos 600 años para pagar los 360 mil dólares que cuesta. Ya me siento cómodo. Acelero para mi primera vuelta a todo dar. De inmediato viene el primer giro a la derecha para una curva cerrada y una “s” corta. El auto parece desplazarse por un riel. Como la trayectoria es perfecta, se puede acelerar sin peligro y el auto obedece como un perro fiel. Al llegar a las zonas de frenado, el instructor ordena pisar el pedal con fuerza. Las reducciones de marchas se producen solas y al momento de trazar la nueva trayectoria, el acelerador hace que el motor entregue todo lo que tiene para retomar el ritmo que traía antes de la interrupción. Viene la curva más cerrada a la izquierda, con dos zonas de frenado.

El auto es más mío que nunca y me cuenta todos sus secretos. Ahora solo falta la recta principal, donde la orden del instructor es tajante: “¡A fondo!”. El Huracán brame y parece el inicio de la aceleración de un avión en la pista de despegue. Solo de reojo miro el dígito de la velocidad en el velocímetro. Apenas hemos pasado los 230 km/h y ya viene la primera curva a la derecha. La primera advertencia de frenado dice 150. Clavamos el pedal para la reducción inicial; luego viene el segundo cartel marcado con 100; allí termina el frenaje; apuntamos al pianito y al cono de color naranja que señala el objetivo próximo.

Aprobamos. El pulgar hacia arriba del instructor me lo confirma. Los últimos tramos, casi media vuelta, lo usamos a baja velocidad para un solo objetivo: enfriar los frenos carboncerámicos de seis pistones que permiten esas portentosas reducciones de velocidad.
Mi corazón vuelve a su ritmo.

Y el de mi instructor también.

Pasó el Huracán.


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